lunes, 6 de febrero de 2012

Anonymous, la protesta enmascarada (Le Monde Diplomatique)

Por Felix Stalder*


En rechazo a la regulación de internet, el colectivo Anonymous se lanza a la acción política directa. Tras el cierre del sitio de descargas Megaupload por parte del FBI, fueron atacados los sitios de la Casa Blanca, del Departamento de Justicia estadounidense y de Universal Music. Una batalla que recién comienza.


os ataques informáticos realizados en nombre de la libertad de expresión y de la justicia social con la etiqueta “Anonymous” se multiplican, con gran eficacia. Últimos objetivos a la fecha: el sitio de ArcelorMittal en Bélgica, a comienzos de enero, para protestar contra el cierre de dos altos hornos; el sitio del instituto privado de inteligencia estadounidense Stratfor, del que fueron robados decenas de miles de datos personales; el Ministerio sirio de Defensa, en agosto de 2011, y antes de eso, en junio, el sitio de la policía española, tras el arresto en ese país de tres supuestos miembros de Anonymous.
¿Quiénes se esconden tras esa máscara? ¿Hackers de elite, adolescentes ignorantes, peligrosos ciberterroristas, simples trolls (provocadores) con humor de colegiales? Ninguna de esas definiciones es falsa, ya que cada una refleja una faceta del fenómeno. Sin embargo, todas pasan al lado de lo esencial: Anonymous no es uno, es múltiple; no se trata ni de un grupo ni de una red, sino de un colectivo o, con mayor precisión, de colectivos que se apoyan unos a otros.


Un horizonte común


A su manera –extrema– Anonymous es emblemático de los movimientos de protesta que desde 2011 se extienden tanto en el mundo árabe como en Europa y en Estados Unidos. El abismo que separa a éstos de los sistemas políticos que cuestionan se manifiesta en las formas de organización, radicalmente opuestas. Por un lado, estructuras jerarquizadas, con dirigentes habilitados para hablar en nombre de todos mediante procedimientos de delegación de poder, pero cuya legitimidad se ve debilitada por la corrupción, el favoritismo, el desvío de las instituciones. Por el otro, colectivos deliberadamente desprovistos de dirigentes, que rechazan el principio de la representación en beneficio de la participación directa de cada uno en proyectos concretos. Su diversidad permite que la toma de decisiones se realice por rápida agregación de participantes a un determinado tema, más que por la constitución de una mayoría oficial. El establishment político juzga que esas formas de organización son ininteligibles, y expresa su estupor frente a la ausencia de reivindicaciones concretas que podría transmitir.
Dichos colectivos temporarios –que pueden ser descritos también como “enjambres”, en inglés swarm (1)– se componen de individuos independientes que utilizan herramientas y reglas simples para organizarse horizontalmente. Como subraya el fundador del Partido Pirata sueco, Rick Falkvinge, “como todo el mundo es voluntario […], la única manera de dirigir consiste en conseguir la adhesión de otros” (2). Así, la fuerza del colectivo proviene de la cantidad de personas que reagrupa y de la luz que arroja sobre sus proyectos, distintos e independientes.
Un colectivo nace siempre de la misma manera: un llamado a la movilización con, en frente, recursos para una acción inmediata. Especialista de los medios de comunicación sociales, Clay Shirky identificó tres elementos indispensables para que surja ese tipo de cooperación flexible: una promesa, una herramienta, un acuerdo (3). La promesa reside en el llamado, que debe interesar a un número crítico de activistas y cuya propuesta debe parecer realizable. Por ejemplo, puede tratarse de atacar tal o cual sitio gubernamental en respuesta a la censura. En internet existen herramientas disponibles, como el famoso software Low Orbit Ion Cannon (LOIC), así llamado en referencia a La Guerra de las Galaxias, que permiten coordinar las acciones dispersas de los voluntarios. El acuerdo se refiere a las condiciones que cada uno acepta al entrar en el espacio colectivo de la acción.
Con el correr del tiempo, las tres dimensiones pueden evolucionar y el colectivo crecer, cambiar de orientación, disolverse. Para que no desaparezca tan rápido como apareció, se necesita un cuarto elemento, un horizonte común que “permita a los miembros dispersos de una red reconocerse entre sí como pertenecientes al mismo universo imaginario referencial”, como escribe el crítico de arte y ensayista Brian Holmes (4). Es en este punto donde interviene la famosa máscara de Anonymous. Identidad abierta, resumida en algunos lemas bastante generales, elementos gráficos y referencias culturales compartidas: cada cual puede asumirla; pero sólo cobra sentido si se comparten el mismo espíritu, el mismo humor, las mismas convicciones antiautoritarias y la misma fe en la libertad de expresión.


Identidad política


Por más que en mayo de 2011, en el e-G8 de París, el presidente francés Nicolas Sarkozy hiciera votos por un “internet civilizado”, los oscuros recovecos donde todo es posible continúan existiendo. El sitio 4chan.org, foro creado en 2003, simple desde el punto de vista técnico y plebiscitado por los internautas, es emblemático del modo de actuar: allí es posible postear textos e imágenes sin inscribirse, firmando los mensajes como “Anonymous”. Su foro más frecuentado, /b/, no obedece a ninguna regla en materia de contenido. El sitio no memoriza los posts: los mensajes que no obtienen respuesta son retrogradados al final de la lista antes de ser borrados, lo que sucede generalmente en el espacio de algunos minutos. Nada se archiva. La única memoria válida es la de los internautas. Una lógica con ventajas e inconvenientes: todo aquello que es difícil de retener y no es repetido, desaparece.
Para no caer en el olvido, cada día muchos de esos mensajes toman la forma de llamados a la acción; por ejemplo, una invitación a cometer un acto de vandalismo contra una determinada página de la enciclopedia en línea Wikipedia. Si la idea seduce a un número suficiente de internautas, un pequeño enjambre se abate sobre el blanco. Por simple placer. La repetición y el compromiso crearon una cultura donde desaparecen las individualidades y los orígenes, una tradición de “tomadura de pelo ultracoordinada”, según la expresión de un hacker interrogado por Biella Coleman, antropóloga de la cultura geek (5). En cinco años, esos anónimos se convirtieron en “Anonymous”, término genérico o avatar de una identidad colectiva. Su costumbre de la desmesura inducida por el anonimato va acompañada de una profunda desconfianza hacia cualquier forma de autoridad que intente regular la palabra en internet, por motivos juzgados perfectamente hipócritas como la lucha contra la pornografía infantil.
Por lo tanto, no es casual que durante el invierno boreal de 2008, algunos internautas adoptaran esta identidad para atacar a la Iglesia de la Cienciología. Hacía unos diez años que los hackers le habían declarado la guerra; éstos revelaban fraudes y manipulaciones, mientras que la Iglesia de la Cienciología movilizaba considerables recursos para hacer desaparecer las informaciones molestas y destruir la reputación de las personas que la criticaban. Los Anonymous intervinieron cuando la secta intentó impedir la circulación de un video de propaganda en el que el actor Tom Cruise, alto responsable de la Iglesia, parecía mentalmente desequilibrado. Como respuesta a la inevitable ráfaga de procesos, un video falsamente serio de Anonymous anunció la próxima destrucción de la secta.
En distintos foros de discusión se sucedió un período de virulentas polémicas, al cabo del cual se elaboró una específica combinación de promesa-herramientas-acuerdo. Más allá de las acciones en línea, se organizó una jornada mundial de acción. El 18 de febrero de 2008 se realizaron manifestaciones en noventa ciudades de América del Norte, Europa, Australia y Nueva Zelanda. Para escapar a las represalias de la secta, muchos manifestantes usaban la ya célebre máscara de Guy Fawkes, rebelde católico inglés del siglo XVI, imitando así al héroe de V de Vendetta, la novela gráfica de Alan Moore cuya historia transcurre en un mundo totalitario. Por primera vez, miembros de Anonymous se encontraron físicamente, fuera de la red, estableciendo una conexión con militantes más tradicionales.
Durante los siguientes años, esas manifestaciones continuaron siendo el principal objetivo político de Anonymous. Luego, en septiembre de 2010, se formó un colectivo en torno a la campaña Operación Payback (Operación Venganza). Ésta debutó con un ataque contra Aiplex Software, sociedad india contratada para atacar el sitio de intercambio de archivos The Pirate Bay. Rápidamente la campaña se extendió a los sitios de la Motion Picture Association of America (MPAA) y a organismos que predicaban, so pretexto de luchar contra los intercambios de archivos, el control de internet. Grito de guerra: “Ellos lo llaman piratería, nosotros lo llamamos libertad”.
En el transcurso de esas acciones, se fue precisando la identidad política de Anonymous; sus recursos técnicos y sus estrategias se sofisticaron. En diciembre de 2010, cuando se impidió que WikiLeaks recibiera donaciones tras haber publicado cables diplomáticos (6), Operation Payback resurgió y atacó los sitios de MasterCard, Visa, PayPal y Bank of America. En enero de 2011, los Anonymous intervinieron en Túnez de manera muy organizada para atacar sitios gubernamentales. Los blogueros tunecinos tuvieron el sentimiento de poder contar con la solidaridad internacional.


Abrir grietas


A lo largo del año 2011, los colectivos Anonymous se multiplicaron y lanzaron innumerables llamados. A veces se trataba de internautas deseosos de atraer la atención o de sacar provecho de modas mediáticas. Pero ello no impidió que otros colectivos federaran a muchas personas. El 23 de agosto de 2011, los Anonymous difundieron un video llamando a ocupar Wall Street, retomando así una idea que hacía unas semanas defendían los canadienses de Adbusters.
La desmesura y la audacia de los Anonymous les permiten adoptar lemas tan fuertes –“La piratería es la libertad”–, que ningún actor político tradicional se atrevería a utilizarlos so pena de perder credibilidad, y producen a su vez un radical efecto galvanizador sobre energías latentes aburridas por las movilizaciones clásicas. Sin embargo, cualquiera fuera su fuerza, la espontaneidad a gran escala sólo puede medirse con las instituciones a partir del modo de destrucción. El objetivo de esta organización no es construir instituciones alternativas. Colabora con la formación de un horizonte común de protesta que tal vez facilite la acción futura. Ya agrietó muros que parecían indestructibles. Otros contestatarios transformarán esas fisuras en aberturas.




1. Francis Pisani, “Nueva guerra contra nuevo enemigo”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, junio de 2002.
2. Rick Falkvinge, “Swarmwise: What is Swarm?”, 8-1-01 (http://falkvinge.net).
3. Clay Shirky, Here Comes Everybody: the Power of Organizing Without Organizations, Penguin Press, Nueva York, 2008.
4. Brian Holmes, “Swarmachine”, 21-7-07 (http://brianholmes.wordpress.com).
5. Gabriella Coleman, “La science dissèque Anonymous”, 12-12-11 (http://owni.fr). Un geek es un apasionado de la informática.
6. Philippe Rivière, “WikiLeaks, matar al mensajero”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2011.
* Docente en la Universidad de las Artes de Zúrich e investigador en el Instituto de las Nuevas Tecnologías Culturales de Viena.


Traducción: Teresa Garufi.

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